martes, 12 de enero de 2010

Con el agua hasta el cuello

Como siga lloviendo así el desagüe de mi balcón no será suficiente para evitar que se inunde nuestra piccola cocina-salón. En España sin parar de nevar, y aquí sin parar de llover. Y yo aun sin mis hunter, que con lo que estoy esperando para comprármelas seguro que llega la primavera y me pillá aun en botas de ante.

Fuimos a ver como estaba el Tévere, tanto para controlar que no se saliese (como quien controla que la bañera no se ha desbordado mientras tendía las cosas de la lavadora), como para comprobar que el famoso puente de los candados (Ponte Milvio) no hubiese desaparecido entre las aguas fangosas del río.

Y salirse no se salía, ni había cubierto el puente, pero había crecido tanto que Isola Tiberina parecía más aislada que nunca, y las grandes aceras por las que paseábamos este verano entre puestos de ropa, bares y otras cosas habían desaparecido por completo.

Nunca había vivido en una ciudad con río, corrijo, nunca había vivido en una ciudad con un río que llevase agua. Con todos mis respetos al Vinalopó, dudo que pueda salirse de ese gran cauce e inundar los barrios aledaños. Pero uno como este si da miedo, y ves todas esas lujosas casas a orillas del río, llegando a imaginar que pasaría si sus portales acabasen llenos de agua fangosa. Porque el agua del Tévere no es agua, es tierra mojada. Bueno, esperemos que no pase de donde ha llegado.

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